3. El poeta ANTE la ciudad: Franciso Izquierdo


Si hay un lugar en el que el nacimiento de la poesía moderna está esencialmente unido al desarrollo de la ciudad moderna es en las Islas Canarias: «En el caso de Canarias […] —escribe Oswaldo Guerra Sánchez en un trabajo de referencia— ciudad y literatura “modernas” nacen prácticamente a la par». El mismo estudioso ha puesto al descubierto el paralelismo que existe entre el desarrollo económico y urbano de Las Palmas y una portentosa generación de poetas que, al igual que el Puerto de la Luz introdujo las islas en las grandes rutas internacionales, situaron la literatura insular en hora con la de occidente: Tomás Morales, que nació en 1884, Saulo Torón, que nació en 1885 y Alonso Quesada, que nació en 1886. Estos tres poetas, a los que se suele unir Domingo Rivero (1852), son sin duda extraordinarios, pero no agotan el nacimiento de una poesía moderna vinculada a la percepción de la ciudad moderna en Canarias.
Entre Saulo Torón y Alonso Quesada, en el año 1886 nació en La Laguna otro poeta cuya visión de su ciudad —de sus dos ciudades habrá que decir para ser exactos— va a resultar igualmente inaugural: Francisco Izquierdo, aunque Oswaldo Guerra Sánchez no refleje en «El espacio urbano como mito fundacional del modernismo canario» su lúcida mirada sobre la ciudad que emerge, ni tampoco Jorge Rodríguez Padrón analice sus impresionantes poemas portuarios en «El tema del puerto en algunos poetas modernistas».
Ignoro el motivo de tal olvido, ni creo que sea necesario especular sobre ello. Entre los poetas grancanarios y el tinerfeño Francisco Izquierdo hay dos importantes elementos comunes: primero, la indiscutible pertenencia a una misma generación en un mismo ámbito geográfico; y, segundo, el indiscutible protagonismo que el mar, el puerto, la ciudad y la vida contemporánea adquieren en su poesía. Se sobreentiende un tercer elemento, que es la valoración crítica que se realice de estos autores. Si bien hasta ahora la atención de la crítica ha sido asimétrica, confío que estas páginas puedan demostrar que tan fundacional fue la obra de Morales, Torón y Quesada como la de Izquierdo. Las diferencias entre poetas de una y otra isla, algunas muy pequeñas, han resultado sin embargo decisivas para su segregación: la ciudad de nacimiento, las fechas y el lugar de publicación de los libros y su alejamiento de las islas. Acaso algunos poemas dedicados a ciudades españolas que no siempre se recibieron bien en su época. Dejando atrás estas menudencias de historia literaria, lo más interesante en este momento es demostrar aquel tercer elemento común: el hecho de que la poesía de Francisco Izquierdo constituya un mito fundacional de la poesía urbana.
A diferencia de los poetas del Puerto de la Luz, los poemas de Francisco Izquierdo que evocan Santa Cruz y La Laguna fueron escritos desde la distancia temporal y, sobre todo, espacial. Fue un tiempo salvado por la memoria, según precisa Eliseo Izquierdo. De hecho, la exaltación nostálgica deja huella en ciertos poemas: «¡Oh, el oro de la tarde en tus balcones viejos / y los montes de Anaga retozando a lo lejos,». Es cierto, pero eso ocurre en pocos textos y en absoluto constituye un elemento que vertebre Medallas, el libro que Izquierdo publicó en La Habana, en 1925.
La huella simbolista es perceptible en algún poema. El último terceto de «Genoveva» es ejemplar:

Como lágrimas grises, los árboles filtraban
las hojas secas: pájaros de otoño. Quedaban
por la arena, lo mismo que mariposas muertas.

Con ser espléndidos sus sonetos simbolistas —léanse también «Jardines abandonados» o «El palacio de los Nava»—, ninguna de estas dos huellas, ni la visión nostálgica ni la simbolista, dominan el conjunto, ninguna trasciende a su percepción de la ciudad.
Que no es ni nostálgica ni simbolista la mirada poética de Izquierdo, ni siquiera guarda fidelidad al parnasianismo que transmite el título del libro, se advierte enseguida en sus imágenes. Por ellas siempre va alguien de paso. «Pasa un indio, un verdoso hijo de otros países» se lee en un poema, en otro «Pasan barcos, gabarras», o «Pasan sombras humosas» en el puerto de Santa Cruz, mientras que en la La Laguna «Pasan algunos hombres» o «Pasan viejas beatas, clérigos, ganapanes» o «Pasan viejos». En un soneto leemos este verso prodigioso: «Suena un tranvía. Apenas ruido de pasos. Nada.»
El ámbar de la memoria, donde nacen estas escenas urbanas, no las ha petrificado, no las ha detenido. Llegan con su movimiento. El movimiento es de hecho un elemento esencial de esta poesía. Y no se limita a dinamizar las descripciones. El tercer poema de Medallas se titula «Barco a la vista». En la primera estrofa el barco apenas es un presentimiento en el anticuado semáforo del puerto; en la segunda estrofa, una lejana luz; en la tercera, un trabajo para el práctico y en la cuarta aparece ya el magnífico «glauco barco inglés». Desde un presentimiento sonoro y un punto cromático en la lejanía hasta la visión del barco, el soneto ha emulado de una forma pasmosa el movimiento del puerto de Santa Cruz. Cabe añadir que en el movimiento no interviene el sujeto —siempre pasivo, mero observador de la escena—, sino que la acción incumbe sólo al objeto, en especial a los objetos inanimados, con un uso de la metagoge muy del gusto modernista. Esta característica anula el carácter narrativo que implica la acción. Estamos frente a un poema con acción, pero no ante un poema narrativo.
El hecho de que en la primera estrofa se mencione algo de tamaño reducido y en la cuarta algo de gran tamaño —o al revés, que el poema parta de una imagen panorámica y concluya en una imagen mínima— es muy frecuente en Medallas. Veamos dos ejemplos de la primera sección, dedicada a Santa Cruz:
*En el soneto «Tachuela de oro», la primera estrofa describe una «barquita» con la que unos colegiales se han «fugado de clase». Los dos tercetos describen el sol y el mar.
*El poema «La noche» se abre evocando «los Montes de Anaga» y se cierra con esta imagen: «es mi balandro […] / índice de una mano».
De la sección segunda, dedicada a La Laguna, dos ejemplos más:
*El primer cuarteto de «Santa María de Gracia» describe el viejo convento y el terceto final dibuja el vuelo de un cernícalo en el cielo.
*«Gotas de paz» empieza connotando una «tarde» con soldados y concluye en unas «gotas» que van rodando por el cristal.
Estos cuatro sonetos citados son sólo ejemplos de un recurso estilístico y temático que caracteriza la poesía de Francisco Izquierdo y que se podría formular así: el poema se concibe como un tránsito entre el límite máximo y el mínimo de una misma esfera. Entre lo macro (el sol, el mar, la tarde, las montañas) y lo micro (por lo general, el ámbito del sujeto) de una misma concepción del universo. De un sistema, se podría afirmar.
En este sistema que transita en el curso del poema, la ciudad, el puerto y la vida contemporánea no aparecen ni como entes máximos ni como entes mínimos. Sin embargo, en todos los poemas que hemos citado, el movimiento de amplificación o de concentración temática pasa siempre por la ciudad, el puerto o la vida urbana:
*En «Tachuela de oro», entre «barquita» y el mar, aparece el espigón.
*En «La noche», entre «los Montes de Anaga» y «mi balandro», aparece el puerto, el espigón, la ciudad y las farolas.
*En «Santa María de Gracia», entre el viejo convento y el cielo, suena el tranvía, pasos, la plaza (que rechina).
*En «Gotas de paz», entre los soldados y las «gotas» que van rodando por el cristal, está la plaza, los árboles, las beatas y el obeso canónigo.
En el sistema de percepción del universo que Francisco Izquierdo actualiza en sus poemas, la ciudad y el puerto ocupan siempre el punto de inflexión entre lo macro y lo micro. Entre el espacio panorámico y el espacio del yo, la ciudad está situada en un espacio intermedio. La ciudad es el espacio del tránsito entre lo mayor y lo menor en nuestra comprensión del mundo. Esta es creo, la mayor contribución de la poesía de Francisco Izquierdo a la historia de la poesía urbana: señalar para la ciudad una precisa ubicación en el sistema de aprehensión del universo. Es casi un sistema filosófico cifrado en clave exclusivamente poética.
La ciudad es, pues, el espacio intermedio, el espacio del tránsito en un sistema de percepción y comprensión de la realidad. El término «realidad» ha sido reivindicado por algunas de las poéticas eminentemente urbanas, no todas, evidentemente, porque la ciudad ha sido reivindicada desde casi todas las opciones estéticas y creativas existentes. Después de leer a Francisco Izquierdo comprendemos mejor la pobreza que supone restringir la memoria de la realidad a un único espacio. El ensanchamiento que experimenta el término «realidad» en los versos de Izquierdo es paradigmático. Y el papel que en ese sistema otorga a la ciudad, como inflexión y tránsito, como espacio intermedio, abre la experiencia de la ciudad hacia los límites extremos de la percepción.
El sistema de la doble ciudad de Francisco Izquierdo podría resumirse de la siguiente forma:
* Santa Cruz es: el mar, el puerto, yo.
* La Laguna es: las montañas, la plaza, yo.
La ambientación y el ornamento específicamente urbanos sólo aparecen en este espacio intermedio, el espacio de la ciudad; pero la ciudad, como concepto, se inserta en un sistema de mayor complejidad.
En algún momento se ha denominado como casi filosófico este sistema. En cuanto modelo de percepción del universo tal vez lo sea. Ahora bien, lo que corresponde delimitar aquí es su función literaria. La pregunta que cabe formularse en este momento de la reflexión es la siguiente: ¿en qué proceso poético tiene interés delimitar que la ciudad sea el espacio intermedio o el espacio de tránsito?
Como se trata de un proceso poético, es decir, lírico, puesto que la lírica es ya el único vestigio clásico que sustenta el género de la poesía, resulta necesario determinar el papel del sujeto.
Aparte de encarnar la primera persona del singular, el sujeto poético aparece explícito en muchos poemas bien bajo la primera persona del plural («vimos nacer», «nos fuimos», «nos hemos fugado»…), bien bajo el pronombre personal de primera persona del plural («nos contaba», «nos ponemos… a pensar»…). De hecho en los poemas donde aparece el «yo», este se combina con el «nosotros». Pero, ¿quién se cobija en este «nosotros»?
Los poemas que Izquierdo agrupa en la segunda sección, «La ciudad, el campo», evocan los años que vivió en esta ciudad: «Los nueve primeros años de la vida del poeta transcurrieron en su ciudad natal», recuerda Eliseo Izquierdo. Es decir, los poemas de La Laguna están vinculados a los años de infancia, son una evocación de su niñez, y este «nosotros» nombra a los niños que van al colegio o corretean en las plazas: «Esta adorada plaza, que opaca nuestros gritos, / tiene color pasiego, de tostado garbanzo. / Quedamos solos…» En Santa Cruz, Francisco Izquierdo vivió hasta que en 1916 embarcó rumbo a La Habana. Entre los 9 y los 30 años, Santa Cruz fue para el poeta el territorio de la adolescencia y la juventud, época que retrata la primera sección de Medallas, «El mar, el puerto».
Infancia, adolescencia y juventud conforman la época biográfica de la iniciación, del aprendizaje, y Medallas es, en buena medida, la crónica de una iniciación en la vida y de un aprendizaje. Veremos cómo se concreta poéticamente esta voluntad de crónica, pero antes conviene mencionar otra característica que hasta ahora no se ha apuntado. Medallas está lleno de personajes de época. También en eso la evocación de Izquierdo es dinámica y animada.
Por sus sonetos transitan múltiples personajes, empezando por el texto que abre el libro, dedicado a «Santa Cruz, concha del mar». Los dos cuartetos iniciales describen, como era presumible, la ciudad y su puerto frente al océano y la noche. El primer terceto da un curioso quiebro («un pescador greñudo / nos contaba»), a partir del cual el lector pierde de vista Santa Cruz y la noche para asistir al incendiario discurso de este áspero personaje de «voz gruesa, negro el cuello y desnudo». En el poema evocador de Santa Cruz, ¿qué función tiene este personaje desmesurado ante el grupo de adolescentes que le escucha atónito? Sólo se le puede atribuir una: el tributo a un aprendizaje, a uno de sus maestros de la vida. Los jóvenes que escuchan al viejo pescador contar sus «cosas estrafalarias de guerra y de traición» descubren en el marco ideal («Santa Cruz, la pequeña concha del mar»: así empieza el soneto) el conocimiento de la otra cara de la belleza, la historia «como una maldición».
Otros personajes de Izquierdo enseñan al joven otras materias de la vida. El «bravo Tatiñas», buzo, le sumerge en el ámbito de la imaginación y la aventura: «Espuma fui contigo y arpegio de las olas… / los albinos silencios me enseñaste a violar.» Al «mugriento Muselina» —dice Izquierdo— «Espero yo a que enhebre / la aguja de sus cuentos». El viejo «Zamburgo era mi amigo. Él nos contaba oscuras / cosas de embrujamiento, febriles, inseguras. / En sus barbas de chivo danzaba el desengaño.» El soneto «Don Ambrosio» recoge una anécdota análoga, aunque de signo menos áspero, tal vez por encontrarse en la sección dedicada a la niñez: «A la tarde, los jueves, siempre iba a verle. Historias / me contaba, tonante, de sus lejanas glorias. / Un intervalo. Un suave sorbito de rapé»… y tres versos más adelante: «Sentía mucho miedo, yo, sin saber por qué».
Son algunos ejemplos que señalan todos hacia un mismo punto. No se trata de personajes peculiares de la época, su papel —al igual que el de la ciudad y el puerto— no se conforma con ser una evocación ornamental. Son personajes que enseñan al sujeto, que le adentran en la complejidad de la vida. Son sus maestros en el aprendizaje e iniciación. Le muestran cómo es el mundo, la maldad, la historia, la imaginación, la aventura… Le abren las puertas de ese conocimiento al niño y al adolescente.
Ahora bien, en el sistema de percepción que Izquierdo había ideado en sus poemas, estos personajes pueblan el nivel intermedio, la ciudad y el puerto. Ayudan a comprender ese tránsito que va desde lo inabarcable y acaso incomprensible, como el mar, hasta lo íntimo, el sujeto. La rememoración de los maestros de la vida encarna esta inflexión. Y este es ya, sí, creo, un sentido puramente literario, esencialmente poético.
El espacio intermedio es el lugar, sobre todo, de la iniciación, del aprendizaje de la vida; el lugar —la ciudad, el puerto— ante el cual el sujeto se sitúa, entre el universo y la conciencia de sí mismo. Esta es la lección que Francisco Izquierdo imparte en la cátedra de la poesía urbana, y por ella, por su complejidad y novedad, merece una valoración y una estima crítica máximas, que desde luego no es menor que la de esos tres extraordinarios poetas que son Tomás Morales, Saulo Torón y Alonso Quesada, al costado de los cuales la historia literaria ha de ubicar la figura decisiva de Francisco Izquierdo.

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