7. El poeta EN la ciudad: Jaime Gil de Biedma

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«La gran ciudad es el hábitat natural del hombre moderno». Con esta frase de tintes paradójicos, pronunciada en un coloquio sobre su obra, en 1985, Jaime Gil de Biedma (1929-1990) resume una de las actitudes que mejor caracterizan su quehacer literario: concebir y situar a su personaje poético en una perspectiva contemporánea, es decir, en su justo hábitat urbano.
Desde el umbral mismo de Las personas del verbo, un «Arte Poética» proporciona las claves temáticas que han de vertebrar muchos de los poemas que le siguen: «la nostalgia» (primera estrofa), la experiencia amorosa (segunda estrofa) «y sobre todo el vértigo del tiempo» (tercera estrofa). Ahora bien, la nostalgia lo es «del sol en los terrados» y el amor prende «a solas / en medio de la calle familiar». La ciudad —ya sea paisaje, trasfondo o metáfora— desde el principio aparece en estrecha relación con los asuntos propios del poeta. Cabe preguntar entonces si la ciudad puede ser considerada, ante el papel privilegiado que se le otorga, un cuarto tema, análogo a los tres que el autor cita y la crítica ha confirmado. De momento conviene afirmar que «la ciudad», como tema en sí mismo, invalidaría la perspectiva contemporánea en la que el poeta y su personaje quieren instalarse. El canto a la urbe —apologético o de rechazo— externo y denotativo es propio de otra poesía pre-moderna, aficionada a una retórica de temas apriorísticos que está en el polo opuesto de las pretensiones líricas de Jaime Gil de Biedma.
De hecho, el cambio de rumbo entre una poesía de evocación externa y otra pendiente sólo de las tensiones personales se verifica muy temprano en la obra del poeta; un cambio que aparece expresado precisamente con una metáfora urbana. El inicio del poema «III» de Las afueras evoca explícitamente el canto antiguo a la ciudad. Surge en primer término una apelación directa, vocativa, a la «Ciudad / ya tan lejana», y después un conato de descripción, «lejana junto al mar», tal como recomendaba el tópico. Pero los cinco versos finales consiguen desviar el trayecto previsto con un giro radical:

Mas, cada vez más honda
conmigo vas, ciudad,
como un amor hundido,
irreparable.


La ciudad se convierte en objeto poético no por su identidad real y objetiva, sino porque forma parte de un modo indivisible, «irreparable», del interior del sujeto. Esta perspectiva interna de la urbe, moderna, es la que reaparece en el «Arte poética» tejiendo una sutil red en torno a los temas capitales del poeta: la nostalgia, la experiencia amorosa y la condición temporal. O dicho de otro modo, en el sistema biedmiano no existe la ciudad como lugar temático autónomo, deslindado de estos tres núcleos que nutren la voz poética que suena en Las personas del verbo. Este hecho ha de permitir que el paulatino abandono de lo urbano como referencia explícita en sus textos no merme en ningún momento la conciencia lectora de que «la gran ciudad es el hábitat natural» de los poemas de Jaime Gil de Biedma, desvaneciéndose de paso los tintes paradójicos de la afirmación.
Descartado en el poema «III» de Las afueras el tratamiento poético tradicional de la ciudad, externo y denotativo, otros muchos textos corroboran la simbiosis entre los temas del poeta y el paisaje urbano. Por ejemplo, en «Noches del mes de junio» el exaltado recuerdo nostálgico incluye el significativo paréntesis en el que el personaje evoca «junto al balcón abierto de par en par / la calle». El poema «Sábado» reitera, por su parte, la condición esencialmente urbana de la experiencia —y aun de la ilusión— amorosa: «Es ésta la ciudad. Somos tú y yo. / Calle por calle vamos hasta el cielo». Y en «Contra Jaime Gil de Biedma», donde el autor plantea el conflicto existencial en su máxima acritud, la estrofa que se inicia con una enumeración urbana («Te acompañan las barras de los bares / últimos de la noche, los chulos, las floristas, / las calles muertas de la madrugada...») concluye con una palabra clave: «envejezco».
Hasta este momento se ha utilizado el término ciudad en un sentido unívoco que las citas no han tardado en denunciar. En el primer ejemplo la calle nocturna sugiere un ámbito biográfico, barcelonés; en «Sábado» el significado es más amplio y general, más abstracto también; y en el tercero, tras algunas referencias barcelonesas y otras abstractas se agazapa una ideación donde ciudad y vida contemporánea se dan la mano. A grandes rasgos, las relaciones entre poesía y ciudad pueden situarse en tres niveles diferentes que señalan tres preocupaciones diversas bajo el mismo enunciado. En primer lugar la ciudad representa un espacio concreto, geográfico; en segundo lugar, traduce un modo particular de entorno y las relaciones o conflictos que ésta genera, es decir, la vida urbana; y aun cabe una tercera perspectiva, de mayor amplitud, que emparienta aquélla con la modernidad.
Barcelona es el espacio geográfico que se intuye tras muchos poemas de Jaime Gil de Biedma y que se cita expresamente en otros. No es, sin embargo, el único. «Ampliación de estudios» se inicia con una descripción de una «vieja ciudad», Salamanca, donde el poeta vivió algunos meses estudiantiles en su juventud. París aparece como un punto de referencia biográfico y generacional, como paradigma que era de la libertad ciudadana y el apogeo cultural que se echaba a faltar en la vida española bajo la dictadura. «París, postal del cielo» evoca un viaje de juventud en clave de experiencia amorosa. En «La calle Pandrossou» una imagen urbana de Atenas aparece ligada al recuerdo, a la temporalidad y a una sensación de intimidad del personaje poético.
El espacio urbano, sin embargo, que adquiere un mayor relieve es, sin duda, la ciudad de Barcelona. Un término de inequívoca filiación barcelonesa, «ramblas», aparece mencionado en varios poemas. Pero sobre todo «Barcelona ja no és bona, o mi paseo solitario en primavera» escenifica la tensión dominante en la Barcelona contemporánea mediante el monólogo de un vástago de la burguesía industrial, perplejo ante la rápida transformación de las estructuras económicas y sociales de la ciudad, en un paseo por la montaña de Montjüic, al mismo tiempo símbolo caduco del poderoso mundo burgués decimonónico y del ascenso de las capas emigrantes recién llegadas por esa bonanza económica. Poema que por sí solo puede ilustrar un capítulo de historia barcelonesa.
Dos aspectos de la vida urbana, o más exacto sería decir dos variantes de un único aspecto, destacan en los poemas de Jaime Gil de Biedma: la muchedumbre anónima y los encuentros abstractos. El anonimato urbano es un motivo constante en la primera parte de Las personas del verbo, «Compañeros de viaje». Y tal vez su abandono —con escasas excepciones— en las partes más maduras del conjunto presagia lo que el análisis ha de indicar: que es un motivo ajeno del que el poeta no consiguió apropiarse totalmente. Al margen de varias menciones esporádicas, «Idilio en el café» pregunta ingenuamente:

No sé bien de qué hablo. ¿Quiénes son,
rostros vagos nadando como en un agua pálida,
éstos aquí sentados, con nosotros vivientes?

y «Los aparecidos» responde con contundencia:

Cada aparición
que pasa, cada cuerpo en pena
no anuncia muerte, dice que la muerte estaba
ya entre nosotros sin saberlo.

perplejidad y respuesta que se alejan poco de su fuente, Jorge Guillén:

Hervor de ciudad
En torno a las tumbas.
(...)
Juntos, a través
Ya de un solo olvido,
Quedan en tropel
Los muertos, los vivos.
(«Vida urbana», Cántico)

En efecto, los temas guillenianos de la muchedumbre, la algarabía y el anonimato nutren estas referencias de la época inicial, sin que en ningún momento logren un matiz particular que Cántico desconozca.
Entre las escasas excepciones a la desaparición de este motivo se encuentra un verso de «París, postal del cielo», en el que la referencia anónima, teñida por la tibia luz del recuerdo feliz, muestra por primera vez un sentido claramente positivo: «ese calor de gentes». Y puede mencionarse también, en este apartado, una imagen primeriza, guilleniana, en el poema «VII» de Las afueras, que sugiere la multiplicidad de la vida urbana: «la ciudad cegadora se agrupaba / lo mismo que un cristal innumerable».
Los «encuentros abstractos», término con el que la sociología nombra las relaciones azarosas y efímeras en la gran ciudad, se inscriben en una tradición literaria más amplia, de la que pueden citarse tres poemas emblemáticos: «A un desconocido» de Walt Whitman, «A une passante» de Charles Baudelaire y «Encara el tram» de Joan Salvat Papasseit. Estos encuentros son herederos, en la segunda y tercera parte de Las personas del verbo, del anonimato genérico de la primera, es decir, representan la apropiación de Biedma del motivo guilleniano. Uno y otro aspecto de la vida urbana aparecen en «Los aparecidos», donde se reúnen el negro anonimato letal y la «visión de unos ojos terribles». En otro poema unos «ojos inmensos» son símbolo «Del año malo»; y los «ojos azules» del poeta —«oh joven pirata»— participan en el más paradójico de los encuentros, pues al mismo tiempo es íntimo y anónimo, contado sin vacilaciones ni pudor en «Nostalgia de la boue». Ahora bien, el texto que logra el efecto más sorprendente y novedoso con este rasgo temático es «Peeping Tom», donde el recuerdo de un encuentro amoroso desvía su afectividad hacia un desconocido que espiaba la intimidad de los amantes, y lo convierte en una metáfora personal:

Así me vuelve a mí desde el pasado,
como un grito inconexo,
la imagen de tus ojos. Expresión
de mi propio deseo.

La conversión de las muchedumbres anónimas en encuentros abstractos, y estos en evocaciones íntimas, ilustra el proceso de interiorización de la ciudad y de la vivencia urbana en la poesía contemporánea.
El término ciudad, además de referirse a un espacio concreto y sus tensiones históricas, o a los matices de la vida urbana, puede también nombrar, en abstracto, la «civilización» actual. En este sentido, el descrédito de la poesía sacralizada, apriorística y retórica que evidencian los poemas de Jaime Gil de Biedma constituyen un aspecto también, quizá el más genérico, de su condición de poeta en la ciudad.
El poema «Albada» reúne todas las acepciones que se han deslindado en el término ciudad y su intersección con la tradición poética. Situando en el espacio geográfico barcelonés («Irán amontonándose las flores / cortadas, en los puestos de las Ramblas»), evoca algunos rasgos peculiares de la vida urbana («y en la oficina, con sueño por vencer») entre los que no falta la sensación del anonimato (en la que el propio personaje participa: «mientras que al volver / la negra humanidad que va a la cama / después de amanecer»), ni la del anonimato amoroso («Junto al cuerpo que anoche me gustaba / tanto desnudo», donde cuerpo tiene un valor análogo a los ojos antes mencionados), y está escrito con una dicción apoética donde prende la ironía («llega el amanecer, / con su color de abrigo de entretiempo / y liga de mujer»).
La cualidad modélica de «Albada» como emblema del poema en la ciudad no reside en estos tres aspectos, sino en una ambición poética mayor. «Albada» recrea, desde el título, un género provenzal, el alba, en el que los amantes lamentan la llegada del día porque con él deben separarse. Métrica y rima proporcionan incluso una vaga resonancia medieval, pero lo que llama la atención es la metamorfosis que sufre el escenario natural, pieza por pieza, en un escenario urbano. Así el amanecer llega, no desde el mar o desde las lejanas colinas, sino a través de los «montantes de la galería», la típica figura del guardián de amores, encargado de avisar a la pareja de la llegada del día, se transforma en el «portero de noche», el arrullo de las alondras provenzales se convierte en el «enronquecer [de] los tranvías»... y en fin, el día acarrea la separación de los amantes, pero también el castigo de una vestimenta convencional frente a la desnudez de la noche, el trabajo, la rutina... ¿Qué diferencia, cabe preguntar ahora, al poema contemporáneo del género medieval si ambos comparten estructura formal, motivos y hasta sentimentalidad amorosa? Existe una diferencia radical. En el alba provenzal todos los elementos aparecen ligados a una estructura fija y convencional, apriorística, y de ahí que el poeta barcelonés pueda parafrasearlos; acción que lleva a cabo, claro, gracias a la maleabilidad de los elementos urbanos, todavía no sujetos a convención, puestos únicamente al servicio de la sensibilidad y la experiencia del poeta. Y esta es, hoy por hoy, la característica principal de la poesía en la ciudad.


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