LA VIDA EN LISBOA SEGÚN FERNANDO PESSOA

I


Assim tem que ser onde tudo se ajusta —
O homem à Naturaza, porque a cidade é Naturaza
ÁLVARO DE CAMPOS


Enmarcar la relación que existe entre la obra literaria de Fernando Pessoa y la ciudad de Lisboa no le ha resultado a la crítica, hasta el momento, un asunto de solución sencilla. Los acercamientos se han limitado a investigar dos aspectos tan obvios como ineficaces. Por una parte se ha tratado de establecer el recuento biográfico de lugares pessoanos, que empieza por anotar las direcciones donde Pessoa vivió en cuartos de alquiler, un sistema de alojamiento propio de hombres solteros que aún hoy es muy popular en Lisboa. Como el catálogo de casas de Pessoa es extenso, y señala hacia casi todos los barrios de la Lisboa antigua, parece que el asunto dé como motivo de estudio. El tema propuesto, sin embargo, se intuye pronto que ha de elevarse sobre éste y otros contratiempos biográficos. Otra aproximación, derivada de ésta, ha privilegiado el recuento de lugares lisboetas citados en los textos de Pessoa, que no son demasiados, pero alguno hay, sobre todo en el Libro del desasosiego y en ciertos poemas —pocos— de Álvaro de Campos. Me parece ésta una labor análoga a la que resultaría de confeccionar un diccionario de botánica con citas de poemas renacentistas. La botánica es una cosa y la poesía otra, tal como Lisboa es una entidad intelectual que no necesita para existir de la obra literaria de Pessoa, aunque a veces parezca lo contrario.
Un segundo asedio poco afortunado es aquel que se limita a estudiar la guía turística de Lisboa que Pessoa redactó en inglés. Es éste un episodio menor en el conjunto pessoano, que apenas hubiera alcanzado relieve literario de no haber permanecido inédita durante muchos años y ser publicada cuando ya escasean los sorprendentes descubrimientos que tuvieron, y de verdad, en vilo a los lectores durante los años 80. Pessoa no renunció nunca a convertirse en un pequeño hombre de negocios; negocios que en ocasiones quiso relacionar con actividades próximas a sus conocimiento literarios. Uno de estos negocios, no se olvide, fue la fundación de una casa editorial denominada «Olissipo», que es —por cierto— el nombre latino de Lisboa, y este hecho me parece —biográficamente— casi de mayor interés que la guía lisboeta, con ser éste un texto realmente curioso.
Antes de enmarcar el tema que une la ciudad y el poeta tal como creo que se ha de enfocar, me parece necesario apuntar dos o tres ideas previas.
En la geografía poética creada por Fernando Pessoa las personalidades del poeta e ingeniero Álvaro de Campos y del memorialista y escribiente Bernardo Soares representan al hombre de su tiempo; aunque no como símbolos de dos fenómenos sociales diferentes, sino como dos actitudes que conviven en el curso de una misma vida. Que los heterónimos no sean meros personajes de novela, sino una proyección lírica de la figura del propio Pessoa, así lo exige.
Álvaro de Campos representa el ímpetu juvenil y cosmopolita del ser dominante; el perfil desdibujado de Bernardo Soares, que a veces ni siquiera es tratado como heterónimo, asume la metáfora del que empieza a reconocer los límites de su derrota. Ambos heterónimos tampoco son creaciones cerradas o apriorísticas, sino simplemente puntos de partida de un pensamiento sobre todo poético. Así el ingeniero del «Ultimatum» y de las odas futuristas es también un ser torturado y angustiado por la ciudad y por el paulatino reconocimiento de su propio fracaso. No resulta extraño, por lo tanto, que el autor de la «Oda triunfal» sea también quien firme ese extraño y excepcional «Soneto já antigo» donde acaba maldiciendo a quien un día pensó que él, Álvaro de Campos, llegaría a ser grande.
La intuición de la ciudad en Fernando Pessoa, hay que aclararlo antes de continuar, trasciende las referencias concretas que aparecen en Campos y Soares, y no aparecen en Caeiro, en Reis o en la obra ortónima. La ciudad, en su sentido más amplio, ampara el diálogo artístico de los heterónimos desde su concepción en el seno de una vanguardia de raíz futurista, hasta su puesta en escena pública que, evitando la convención del libro, prefirió las revistas —«Orpheu», «Athena»—, esas efímeras publicaciones impensables fuera de una dinámica urbana. Es más, todo el desarrollo de los heterónimos está vinculado a la aparición de ciertas revistas de vanguardia, fruto inequívoco de la cultura de ciudad. Así, por ejemplo, en el único número de una revistilla aparentemente trivial, «A Renascença», de febrero de 1914, Mário de Sá-Carneiro, el amigo de Pessoa y él mismo uno de los poetas más importantes de este siglo en Portugal, publicó un cuento que atribuía al poeta ruso Petrus Ivanovitch Zagoriansky, invención del propio Sá-Carneiro y precedente inmediato del nacimiento de los heterónimos, fechado por Pessoa en marzo de 1914. En ese mismo número Pessoa publica sus dos primeros poemas: una composición con aires tradicioneles («O sino da minha aldeia», la campana de mi aldea) y otra, conocida como «Paúis» que fue, en aquel momento, el primer poema del «paulismo», es decir, el primer movimiento de vanguardia portuguesa con conciencia de tal. Un año más tarde, en 1915, se publican los dos números de «Orpheu», revista que se convertirá en emblema de la generación de Pessoa y Sá-Carneiro. En sus páginas aparecen los primeros poemas de Álvaro de Campos. Nueve años más tarde, cuando Pessoa quiso mostrar completo el mosaico de personalidades que poblaban su mundo lírico, fundó una nueva revista, la extraordinaria «Athena» donde vieron la luz el primer libro de Odas de Ricardo Reis (número 1), varios textos programáticos de Álvaro de Campos.. y los poemas de «El Guardador de Rebaños» de Alberto Caeiro (número 4). Revistas, heterónimos y Lisboa, por lo tanto, son entidades que aparecen íntimamente entrelazadas.
No quisiera acabar este primer intento de enmarcar el tema de Lisboa y Pessoa sin recordar que el diálogo de los heterónimos posee un fuerte vínculo con la ciudad, pero esta relación ha de ser, necesariamente, una cualidad interior. Jamás exterior. Me refiero con esta afirmación al mito de la dramatización externa de los heterónimos, es decir, al hecho de que Pessoa unos días impostara la vestimenta de ingeniero, y actuara como tal, y otros se vistiera de pastor, o guardador de rebaños. La simple idea de que esto fuera posible repudia, pues resulta incompatible con la concepción literaria de los heterónimos tal como se han consolidado en su escritura.
El mito de la representación pública de los heterónimos tiene su propia historia: João Gaspar Simões es sin duda uno de los críticos pessoanos fundamentales y su biografía de Pessoa, publicada en 1950, pese a los excesos que suelen denunciarse, sigue siendo hoy un texto necesario para comprender muchos aspectos de la vida del poeta. Gaspar Simões no sólo fue contrario a la opinión expresada en el párrafo anterior, sino que en varias ocasiones ha testificado la veracidad de la dramatización externa de los heterónimos. Así, en 1957, 22 años después de la muerte de Pessoa, Gaspar Simões recordó el primer encuentro con Pessoa en estos términos: «Ese primer contacto con la singular personalidad del hombre de Orpheu [...] provocó en José Régio, creo, cierta decepción. ¿Por qué? Porque —se respondía el propio Gaspar Simões— en lugar de comparecer personalmente a la entrevista, envió por él, digámoslo así, a una tercera persona; ¡ni más ni menos que el Ingeniero Álvaro de Campos! De forma que, mucho menos natural que su progenitor, el hombre de la Oda Marítima se nos mostró tal como era; además de ingeniero, algo así como una sofisticada personalidad». Hasta aquí la cita del crítico, y de ella me permito subrayar una expresión: «digámoslo así», es decir, una forma de explicarlo. En 1974, casi 40 años después de la muerte de Pessoa, Gaspar Simões contaba el mismo episodio en estos términos: «Tímido como era, sin ninguna duda, Pessoa, el Pessoa corresponsal extranjero, prefirió encargar al Ingeniero Álvaro de Campos, hombre de mundo, espíritu sensacionista, hacer las honras de la casa a los jóvenes críticos de Coimbra». Fíjense que aquí ya no hay ningún «digámoslo así», aquí sencillamente se afirma. Ambos texto justifican que muchos lectores hayan creído en la dramatización externa de los heterónimos. Ahora bien, el propio Gaspar Simões, antes de todas estas explicaciones, había contado el mismo episodio de una manera muy diferente. El 17 de abril de 1936, cinco meses después de la muerte de Fernando Pessoa, el joven crítico publicó una extraña necrológica («extraña» por el tono nada elogioso de la misma) en el Diário de Lisboa donde daba la primera versión —de las otras que le iban a seguir— sobre el famoso encuentro en el café Montanha: «Fernando Pessoa —dice Gaspar Simões en 1936— intentó inútilmente, falseando todas las personalidades, ser una de ellas. Álvaro de Campos no quería comparecer a la llamada: Fernando Pessoa hizo desesperadas llamadas a su ingeniero Álvaro de Campos, positivo y dinámico; Alberto Caeiro no compareció porque ya había muerto; Ricardo Reis aparecía y desaparecía, delicado, exacto, metafórico, o sea, muy poco humano. Fernando Pessoa se veía obligado a ser Fernando Pessoa malgré lui, por lo que no llegaba a ser propiamente ninguna personalidad». Es decir, Pessoa fue Pessoa, parece decirnos ahora Gaspar Simões, aun a costa suya, con muchos mundos interiores pero muy poco mundano. Tal como nos imaginamos que fue. Sobre lo que realmente pasó ese domingo en que fueron a visitarle los dos jóvenes de Coimbra sólo añadiré un dato más: José Régio —un poeta poco conocido en España, pero capital en la poesía contemporánea portuguesa— no quiso nunca más ver ni saber nada de Pessoa, él, que había incluido un capítulo en su tesis de licenciatura sobre la generación de Pessoa: tal vez el primer escrito crítico serio con que cuenta la gigantesca bibliografía pessoana. Tesina que escribió, claro, antes del famoso y desafortunado encuentro.
Es cierto, por lo tanto, que los heterónimos muestran una diáfana imagen urbana, pero ésta es únicamente una vivencia interna, nunca externa. Gaspar Simões acabó llamando «payasada», literalmente, a los heterónimos, «la gran payasada de los heterónimos» —dijo—, pero estas palabras, ahora lo vemos claramente, no hablan del poeta lisboeta, sino de la mixtificación delirante de una crítica que construye castillos de humo.

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